Siempre nos quedará Barís
- depintasporba
- 26 may 2016
- 5 Min. de lectura

El viernes pasado fuimos a Barís: un barcito chico y pintoresco en pleno (peatonal y muy renovado) Microcentro. Si hay algo que tiene de lindo ir a lugares que no están tan promocionados en las redes sociales es justamente que vas dispuesto a sorprenderte. No sabés cómo es, no sabés qué vas a comer ni con qué tipo de gente te vas a encontrar. Puede salir mal, obviamente, pero ahí está el jugo de la aventura del curioso. ¿Verdad?
Barís (sí, lleva acento en la “i”) es un local pequeño y angosto que se extiende para atrás. Hay una barra que te recibe ni bien entrás, donde están las canillas de cerveza: brillantes y tentadoras. También hay unos estantes con botellas a las cuáles podríamos denominar como el ABC de la coctelería básica con la que debe contar cualquier bar: whiskys (scotch y bourbon), vodkas, rones, aperitivos y tequilas. Mirando hacia arriba encontramos unas pizarras que explican qué opciones hay para comer y sus precios, pero (llamativamente) no figuraban las cervezas. Lo que nos llevó a consultar inmediatamente y obtuvimos esta simple respuesta: “Las cervezas las rotamos constantemente, pregúntennos y les diremos cuáles hay. Variedad sobra”. Claramente, esto nos entusiasmó.
Luego, girando 360° nuestras cabezas encontramos unas largas estanterías con miles de porrones de diferentes marcas de cervezas artesanales, etiquetas de todo tipo y color, de todo tipo de origen, sabores y tamaños. Casi como esa estantería que nosotros siempre soñamos en tener en el living de nuestra casa.
Vale decir que Barís no tiene capacidad para demasiadas personas, tiene, como mucho, cinco mesas y algo de espacio para que tomes algo de paso. Sin embargo, esto no parece ser problema para quienes lo eligen ya que observamos que se disfruta mucho esto de “voy un rato, me tomo una birra y misión cumplida.” Además, esto no solo garantiza rotación constante de las caras con que te encontrás sino que, además, atrae a un tipo de gente más tranquila, de mayor edad quizás, de lo que solemos ver en la mayoría de los pubs (y after office) cerveceros a los que vamos.
Algo que nos llamó la atención: pareciera que todos se conocen: muchos se saludan por el nombre, incluso a Anastasia, quien atiende y otros hasta comparten una birra un ratito en cada mesa como si se tratara de una fiesta de cumpleaños en la que el cumpleañero pasa a saludar a cada grupete invitado. Se vive un clima cálido y de confianza en el que incluso, al darnos la bienvenida al lugar, nos dijeron que pagáramos después, “cuando nos pareciera mejor” y no ni bien retirás las pintas de la barra. De hecho, los baños son de esos que tienen el lugar donde te lavás las manos para ser compartido por hombres y mujeres, donde también se genera un espacio para conversar.
La música. Cómo se darán cuenta este es un elemento importante para nosotros. Una musicalización pedorra puede arruinar un momento, no una buena cerveza ni la cordialidad en la atención de un bar pero puede quitarle méritos para nuestro exigente paladar musical que tenemos aquellos que redactamos estas notas. En Barís sufrimos al principio porque sonaba algo DavidGuetteano y claramente no “pegaba” con el lugar (cuando vayan lo entenderán, no tenemos nada en contra del mencionado DJ). Sin embargo, fue algo escueto y fugaz. Por suerte (y gracias a un gesto divino) la música giró hacia un género bien cervecero: el blues. Nosotros felices escuchando los clásicos 12 compases bluseros a cargo de algunos señores como Muddy Waters, B.B. King y Eric Clapton.
La comida. La especialidad de la casa, según Anastasia, son sus “Superpanchos” hechos con salchicha ahumada que se pueden pedir con chucrut y pepinos agridulces o jalapeños, roquefort, queso y cebolla caramelizada o envueltos en panceta ahumada. Cuestan $45 aproximadamente y tardan, sí, “porque todo se hace en el momento”. También hay chips de batata o mandioca, sándwiches, tablas de quesos y fiambres, y brusquetas. Todo cuesta entre $40 y $90 salvo por la tabla (para dos personas) que está a $280.
Probamos el Superpancho con chucrut y nos encantó. Por ahí nosotros somos un poco exagerados y lo hubiéramos bañado de chucrut al punto de rebalsar pero la cantidad que trae no atenta para nada con su sabor ya que se siente y se disfruta igual.
La birra. Como (ya dijimos) no está anotada en ningún lado, le pedimos a Anastasia si podía hacernos una listita con lo tenían ese día ya que nos contó que los proovedores son generalmente los mismos pero que, en cambio, las variedades que éstos le llevan siempre son diferentes porque dependen de muchas cosas como: la estación o simplemente de las ganas de los maestros cerveceros de producir tal o cual. Ese viernes, Barís estaba cargado de Belgium Blonde (Guillan), India Pale Ale y Pale Ale (Jarva), Golden Ale e IPA (Triskell). También venden varias artesanales en botella para tomar ahí o para llevarte a tu casa en una bolsita de papel madera y por suerte, aunque son muchas y no todos tenemos tanta idea, podés preguntar que saben cómo ayudarte.
Pedimos una India Pale Ale y una Golden Ale como para arrancar, quienes vinieron acompañadas de un pocillito con maní pelado. Ambas tenían ese espesor, esa consistencia, que nos gusta encontrar en las cervezas artesanales. La India, suave pero amarga, con toques frutados y la Golden muy, muy, suave y poco amarga. Entre que sacamos un par de fotos, tomamos nota de algunos detalles y charlamos con la moza, lógicamente la cerveza se empezó a calentar. De todos modos, y algo que habla muy bien de ella, ninguna de las dos se vio arruinada por la nueva temperatura y la disfrutamos igual. Una vez vacías las pintas, un flaco se acercó y con toda la onda nos preguntó: ¿Chicos ya pidieron otra birra? A lo que agregó que traía más maní si queríamos. Esto puede sonar exagerado pero, presten atención, son pocos los bares que ofrecen refill de estos pequeños amigos salados sin agregártelo a la cuenta. Pedimos una Belgium Blonde y una IPA que resultó llamativamente amarga y rica. Cuando llegó Anastasia con ambas pintas, no solo recordaba cual queríamos cada uno sino que, para identificarlas, primero las olió y luego las alzó para mirarlas a trasluz. Bajó los vasos y, repartiéndolos con total seguridad, dijo: “esta para la señorita y esta para el señor”. Tenía razón.
Terminamos las birras, pedimos la cuenta, saludamos y nos fuimos. En De pintas tenemos una especie de pacto en el que nos comprometemos a no repetir bares cuando salimos a tomar algo. En parte es para tener material nuevo y en otra, porque justamente nos “obliga” a descubrir este tipo de joyitas. Sin embargo, siempre hay un par a los que morimos por volver y Barís nos convenció de que hay que pasar cada tanto y sentirnos parte de esa familia de asiduos concurrentes a los que observábamos con cierta envidia por el sólo hecho de pertenecer al lugar y disfrutarlo tal cómo se debe. En conclusión, cuando vayan a Barís sabrán por qué cada visita va a ser diferente a la anterior.
Barís
Marcelo T De Alvear 787
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