CRUZAT: Un viernes con sabor amargo
- depintasporba
- 2 jun 2016
- 4 Min. de lectura

Ni bien arrancamos con De pintas, muchos conocidos nos recomendaron Cruzat, un bar cervecero ubicado en el famoso Paseo La Plaza. Como tenemos una lista bastante larga de bares a los que nos gustaría ir y otros que nos sugieren, no nos habíamos hecho el momento para ir hasta la semana pasada: el viernes salimos de laburar y partimos directo hacia este conventillo teatral para sacarnos la intriga.
Para quienes no conocen este paseo, es un espacio muy amplio y descubierto, ubicado en Av. Corrientes entre Rodríguez Peña y Montevideo, que funciona como centro cultural y comercial. Allí se realizan tanto funciones teatrales como diversos tipos de congresos y convenciones. Al ser al aire libre, resulta una especie de respiro entre tanta edificación típica de avenida importante. Sus plantas, sus faroles y las escaleras como pasadizos lo convierten en un paseo similar a los que acostumbramos a ver en ciudades de la costa argentina como, por ejemplo, en Cariló.
En este lindo lugar, encontramos Cruzat: un bar que se basa en un menú de tapas y una amplia variedad de porrones de todos lados, además de su cerveza tirada. Si pensamos en su practicidad, nos resulta muy buena la idea de tener tan cerquita un bar de estas características para ir después de descostillarte de la risa frente a un “standapero”, por ejemplo, ¿no?
Ahora bien, partiendo de la aclaración de que no somos críticos exigentes y que seguimos un ideal de perfección que justamente no tiene nada de perfecto y que, rompiendo con lo común, pueda ofrecer aquello distinto; debemos decir que Cruzat nos decepcionó en muchos sentidos. Aquellos que nos siguen podrán decir que no es común leer este tipo de comentarios y entenderán la gravedad del asunto.
Llegamos, pedimos mesa y la chica que nos atendería esa noche señaló dos que, aparentemente, eran las únicas no reservadas y con un gesto desganado nos dijo “cualquiera de esas” para luego darse vuelta y seguir conversando con su compañera. Nos sentamos, nos alcanzó la carta y una vez que decidimos, volvió para tomar el pedido.
Pedimos un Happy Hour cada uno: una Honey y una Scotch. Como si hubiéramos entendido que con eso concluíamos la promoción 2x1, la chica agregó: “Pero miren que después les traemos otra de cada una, eh”. No está mal que aclare porque es cierto que suele confundirse el concepto pero creemos que hay otra forma. Sin embargo, no fuimos ni venimos ahora a hablar de modales porque para eso ya están las madres ganando más y más canas todo el tiempo. Para comer, pedimos unos aros de cebolla que venían acompañados de una “salsa hecha a base de mostaza y cerveza”, ¿hay algo mejor para un fanático de la cerveza que probarla innovando como ingrediente de comidas?
Punto a favor: todo llegó muy rápido. En esos casos, uno suele desconfiar e imaginar que, entonces, está todo freezado, recalentado y otras cosas que no nos gusta pensar. De todos modos, ganar tiempo cuando tenemos hambre tiene su lado más que positivo.
La cerveza estaba caliente, no tenía gas y su sabor era ácido. Algunos dirán: “la cerveza artesanal no se toma helada” o “hay varias que tienen poco gas y aun así tienen su encanto”. Sí, es cierto pero esto es un combo similar a hacer la pavada de dejar una cerveza destapada, fuera de la heladera y querer revivirla un rato después.
A pesar de que la acompañen con un pocillo de palitos que parecen guardados del siglo anterior, no quisimos perder la esperanza: la cerveza artesanal es algo delicado. Sus tiempos son especiales, hay que respetarlos y cualquier inconveniente puede arruinar litros y litros en un segundo. Además, en lugares dónde algo que tiene un ciclo tan particular sale con la frecuencia y masividad con la que sale en estos lugares, puede haber tandas que fallen pero eso no encasilla negativamente a nadie.
Todo se fue al pasto cuando llegaron los aros de cebolla. El rebozado no era blanquito (como nos gusta) ni naranja (sinónimo de freído en aceites reciclados) sino que era marrón y ya no tenemos descripción entre paréntesis para eso. Abundantes, eso sí. ¿Qué paso con la salsa que parecía tan gourmet? Era mostaza de la más industrial y económica que podés encontrar en el supermercado. Ojo, no está mal (y nos gusta igual): pero entonces no le pongas una descripción extravagante y nos la cobres como si fuera hecha con granos traídos de la mismísima Dijon (Francia).
La música: Podríamos poner puntos suspensivos en este “ítem”. Pero no. También en la musicalización del lugar encontramos deficiencias. Inmediatamente una vez fichado el lugar, la cerveza, la comida, etc. nos dimos cuenta de que con la música pasaba algo. El problema no era justamente por la música que sonaba (escuchamos temas de Queen, Bon Jovi, Depeche Mode, etc.) sino por la forma en que sonaba. Un sonido ajeno a cualquier tipo de ecualización, tenue, de parlantes casi deprimidos. Falla garrafal. Ese tímido acompañamiento musical perpetraba contra lo que todo buen lugar cervercero debe ofrecer en cuanto a música o, al menos, es lo que nosotros esperamos y exigimos.
No quisimos que nuestro viernes terminara así y pensamos en probar algún porrón de cerveza artesanal. Llamamos a la moza y, como nos había advertido en un principio, nos comentó que todavía nos quedaba la segunda vuelta del Happy Hour que, por cierto, si cuestan entre $100 y $120, de promoción no tiene nada. Fue la primera vez que dejamos pintas sin terminar.
Cruzat Beer House
Sarmiento 1617 - Paseo La Plaza
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